Deleuze o la exasperación filosófica

…Y siempre hay algo que huye…

Este quizá sea uno de sus dictum más fuertes, vertebrador de esa filosofía en fuga constante. Fuga constante del logos cerrado y totalizante, que aprisiona y estría el pensamiento y las posibilidades de sentir e inventar nuevos mundos para vivir y habitar. Fuga de las pasiones tristes, que enferman y envenenan el cuerpo, descomponiéndolo y fragmentándolo con el objetivo de que su carne, sus huesos, su sangre, destinados a correr y fluir en nomadismo infinito, se transformen arteramente en un mero vehículo de carga, instrumento dispuesto para el trabajo repetitivo, el goce y el consumo. Fuga, en fín, de aquellos fantasmas que se encarnan oscureciendo las ventanas y del sentido que corre en una sola dirección; rayo que vivifica la noche disponiendo a una danza silenciosa, danza paradojal que abre a una alegre y vertiginosa caída, sin llegar jamás a ese punto de abismo del cual ya no se vuelve. El filósofo como jovial sintomatólogo, la filosofía como la gran salud, la vida como ese centro frágil donde morar sin despeñarse.


Lic Franco Castignani

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